Aguer-do está desesperado.
Los invasores habían llegado en mitad de la noche, con esos extraños barcos que no hacen ruido; y no se explicaba que es lo que había sucedido, pero Tarshish había caído.
La verdad es que no podía explicárselo. Norax, el Rey de Tarshish había contratado a su unidad mercenaria para proteger su pueblo de una amenaza que los adivinos habían profetizado que se cernía sobre todo Tartessos. Pero cuando llegó la hora de la verdad el Rey recibió a los demonios de piel azulada cómo si se tratase de unos conocidos de toda la vida.
Incluso sus compañeros reaccionaron con amistad ante los extranjeros (que decían llamarse Atalanté. Los de Tarshish son comerciantes, débiles. Pero no se esperaba ese comportamiento de sus compañeros íberos. Ellos están hechos de una pasta más dura. Suerte que no había tomado la Devoti tal cómo Norax le pedía, ya que si lo hubiese hecho se habría visto obligado a quedarse. Por suerte no era así. Y por suerte se había hecho amigo de Gargo, el mago Real, que se dio cuenta cómo el de que algo no iba bien y juntos consiguieron escapar.
Justo a tiempo, ya que cuando estaban saliendo de la ciudad comenzó la matanza. Desde las afueras de la ciudad podían oírse los gritos. Duraron apenas unos minutos en los que el mundo se paralizó para Aguer-do y Gargo. Unos minutos de gritos de dolor cómo nunca los habían oído. Los gritos de toda una ciudad, la joya de Tartessos, muriendo de golpe.
Y luego el silencio. El terrible silencio.
Aguer-do salió de la parálisis que había invadido a su cuerpo; y, cogiendo a Gargo comenzó su huída.
Y ahí estaban, yendo Betis arriba en busca de Gerión, padre de Norax, que se había retirado de Tartessos al abdicar en su hijo. El mago insistía en que debían hacerlo, ya que el hijo había salido más a la madre humana que al padre gigante, pero este sería sin duda capaz de luchar contra los invasores.
Y estaban llegando ya al lugar en que el mago decía se había retirado el antiguo monarca.
Aguer-do había aceptado el consejo de Gargo de ir a buscar al gigante Gerión, ya que se daba cuenta que unos invasores tan poderosos no se iban a conformar con la conquista de Tartessos. Los pueblos celtas y los íberos serían, sin duda, los siguientes en caer. Debían detener a los demonios de piel azulada antes de que fuese demasiado tarde.
Y allí estaba Gerión, el gigante de tres cuerpos, filósofo, guerrero y mago en una sola persona pero en tres cuerpos. Se decía que era hijo de un Dios, aunque no estaba claro si se trataba de un hijo de Melkart (al fin y al cabo su pueblo protegía los Pilares), de Asthar o de el mismísimo Bael. Su sabiduría era legendaria.
Gerión el Filósofo dijo que les estaba esperando. Gerión el Mago dijo que sabían lo que había sucedido, pues lo había profetizado. Gerión el Guerrero les dijo que se habían retirado con la esperanza de encontrar una magia que les permitiese resistir a los Atalanté.
Gerión el Filósofo les dijo que los Atalanté no querían conquistar, sino destruir. Gerión el Mago les contó la historia de cómo los Dioses trajeron a los humanos a este mundo, del que los Atalanté son nativos. Gerión el Guerrero les contó que los Atalanté les ven a ellos cómo invasores, y que quieren exterminar a los humanos y a los Dioses para que estos no contaminen más su mundo.
Gerión el Filósofo les dijo que no desesperasen, por que habían encontrado un arma con la que luchar contra los invasores. Gerión el Mago le mostró a Gargo el ritual de la Furia. Gerión el Guerrero enseñó a Aguer-do cómo sacar la Furia, cómo templarla y concentrarla en la Falcata.
Pero Aguer-do está desesperado.
Tras esto Aguer-do y Gargo partieron a buscar a más gente a la que transmitir lo que Gerión, el gigante de tres cuerpos, les había enseñado. Tras los recientes sucesos Gargo tenía por fina algo de esperanza.
Pero Aguer-do está desesperado.
Aguer-do se da cuenta de que la Furia le está consumiendo. No puede evitarlo. No puede controlarlo. Cada vez más el espíritu que le posee durante la Furia (al que Gerión llama Lycaon) controla más y más su cuerpo. Este está incluso empezando a cambiar. Poco a poco se está transformando en un animal.
Aguer-do está desesperado porque no sabe si aguantará mucho tiempo, no sabe cuanto queda hasta que el espíritu animal le domine por completo; hasta que deje de ser Aguer-do.
Aguer-do está desesperado porque aquello que les puede proporcionar la victoria es lo mismo que les puede destruir.
La Invasión Atalanté es un juego de rol que narra la desesperada historia de una Tierra alternativa parecida a la nuestra durante el año 1.000 a.C., pero realmente se trata de una Tierra muy distinta.
En la Invasión Atalanté los humanos no son nativos del planeta Tierra, sino que fueron traídos a este por unas entidades muy poderosas a las que ellos llaman Dioses. Pero la Tierra estaba habitada ya, los Atalanté, nativos del planeta, ocupaban un solo continente. Los Dioses escogieron colocar a los humanos en lugares donde no había Atalanté, pues no querían causar problemas entre sus hijos y los nativos del planeta. Venían huyendo de una larga guerra y no querían entrar en otra.
Los Atalanté en un principio no reaccionaron. De hecho ni se dieron cuenta de la existencia de los humanos ni sus dioses. Pasaron los siglos, y los humanos se expandieron, ocupando cada vez más y más territorio. Los Atalanté siguieron en su continente, desarrollándose, volviéndose cada vez una cultura más poderosa y más avanzada. Hasta que un día descubrieron el poder de la Determinación. Y ese día todo cambió.
El poder de la Determinación les permite ver a los Atalanté el futuro, pero no solo eso, sino que les permite ver cómo sus acciones pueden cambiar ese futuro (aunque no les permite ver cómo las acciones de los demás cambiaran ese futuro), en cierto sentido determinándolo. Y gracias a ese poder los Atalanté descubrieron la existencia de los humanos. De hecho descubrieron que si no hacían nada en 200 años los Dioses de los humanos los destruirían, y con el tiempo los humanos acabarían destruyendo su amado planeta. Investigaron a los humanos, y lo que encontraron les gustó aún menos. Un pueblo violento, desagradable, y para ellos poco educado. Unos bárbaros.
La decisión fue difícil, ya que no todos estaban de acuerdo con lo que se proponían. Pero a medida que llegaba más y más información de los espías, a medida que la Determinación les mostraba los posibles futuros lo que debían hacer estaba más y más claro. Al final los indecisos fueron convencidos y los Atalanté tomaron una decisión. Debían exterminar a la especie humana (y a sus Dioses) antes de que acabasen con ellos.
La punta de lanza de su ataque es la zona habitada por humanos más cercana a ellos, la península ibérica. En el año 1.000 a.C. la península es una mezcolanza de pueblos. En el suroeste está el reino de Tartessos (Tarshish es su capital), un reino de comerciantes muy influenciado por los fenicios. La costa mediterránea y el final del valle del Ebro están ocupados por los íberos, que no son un solo pueblo, sino toda una serie de pueblos distintos (elisices, sordones, ceretanos, airenosinos, andosinos, bergistanos, ausetanos, indigetes, castelani, lacetanos, layetanos, cossetanos, ilergetas, iacetanos, suessetanos, sedetanos, ilercavones, edetanos, contestanos, oretanos, bastetanos y turdetanos) que comparten lengua y ciertos elementos culturales similares (entre otras cosas que son pueblos muy belicosos, y reputados mercenarios). Los vascones se quedan en sus valles, dedicándose a sus asuntos si no se les molesta. Y el resto de la península es territorio de los celtas, con cientos de tribus distintas pero que comparten lengua y muchas más costumbres que los íberos. Los celtíberos son una tribu celta, no una mezcla de celtas e íberos, cómo la tradición popular cree.